Lo fundamental de amarnos
Desde niños nos hemos
alimentado con ideas y conceptos en relación al amor, muchos de los cuales van
cambiando a lo largo de la vida; tal vez algunos de grandes solemos ganarnos el
adjetivo de “ilusos” por creer en ciertas cosas.
Pero no seamos tan
duros con nosotros mismos; siendo el ser humano la única especie consciente de
su propia finitud, de que no es eterno, de que un día morirá, no sería fácil
enfrentar la vida todos los días sin ser un poco iluso y sin poner al amor en
ciertos lugares de poder absoluto.
Entonces en el día a
día intentamos distraernos: estudiamos, trabajamos, hacemos algún deporte, organizamos
reuniones, tenemos hijos, buscamos una pareja. Tratamos de llenar el vacío de
la soledad. Porque la idea de que moriremos no hace más que traer aparejado que
moriremos solos, que, independientemente de cuánta gente haya a nuestro
alrededor, estamos solos frente al hecho mismo de la muerte.
Dice Erich Fromm en
su libro “el arte de amar”: “la necesidad más profunda del hombre es la
necesidad de superar su separatidad, de abandonar la prisión de su soledad.” Y
esta necesidad es satisfecha de diferentes maneras, algunas más dañinas que
otras.
Porque si bien podemos
hablar de drogas(legales o no), de actividades (como dije más arriba, el
deporte, el trabajo), de la religión, que también viene a ayudar con lo mismo, pienso
que desde hace no mucho tiempo se agregan otras maneras de lidiar con uno mismo,
están muy de moda y en la época de Fromm no existían: las redes sociales.
Si no tengo a nadie
en quien apoyarme para compartir un logro o una desgracia, no importa
demasiado, puedo publicarlo en alguna red social. Allí encontraré consuelo, aun
cuando a la persona que intenta consolarmeno le importe demasiado o no sepa muy
bien lo que me pasa. Lo que cuenta es
que hay alguien del otro lado que se entera y responde.
Y el problema con las
drogas, que es equiparable al del sexo sin amor, es que sólo elimina el abismo
entre dos seres humanos de forma momentánea. Cuando consumo una droga, el resto
del mundo desaparece y me fundo en él, me hago uno con el mundo que me rodea.
Cuando tengo sexo, me
fundo en el otro (somos uno, dicen los enamorados). Cuando voy a la Iglesia, me
hago uno con el resto de los participantes, y “todos somos iguales ante los
ojos de Dios”. El problema surge cuando este momento pasa y tengo que volver a
encontrarme conmigo mismo, con que a la larga estoy solo.
Cuando dos personas
se encuentran, dice Fromm, se atraen, se sienten uno, es una experiencia muy
estimulante (más aún para las personas que han vivido en soledad o carentes de
afecto). Pero este amor es poco duradero: las dos personas llegana conocerse bien, se aburren, esa magia que
había al principio desaparece y entonces empiezan las excusas mediante las
cuales evitan separarse: “es la madre de mis hijos”, “estoy con él hace 20
años”, “compramos tal cosa a medias”, a lo cual viene a sumarse una muy
frecuente: la del amor todopoderoso.
Porque claro, el amor
todo lo puede. “No importa lo que hagas ni lo que yo tenga que hacer para
permanecer a tu lado. Siempre te voy a amar”.
Como si el amor
pudiera sostenerlo todo. El maltrato, el engaño. Al menos el amor sano no puede.
Y el amor incondicional es enfermizo.
Y si vamos al otro
extremo, tenemos las personas que logran separarse pero se siguen llamando para
insultarse, o se siguen reclamando cosas. Podemos decir que en realidad lo que
menos han logrado es separarse, siguen unidos no a travésdel amor, sino del
odio.
Entonces cabe la
pregunta: buscar una pareja para superar el problema de la separatidad, ¿pone
al otro en el lugar de “una droga que no puedo dejar”?
Me parece que más
bienestas excusas sirven para no preguntarnos lo verdaderamente importante: por
qué nos quedamos en lugares que nos lastiman. Esto viene a complementar la idea
que plantea Fromm cuando habla de lo preocupados que estamos por el hecho de
ser amados y no nos cuestionamos nuestra propia forma de amar.
Creo que el tema de
las redes sociales colabora bastante con esto; me muestro como me quieren ver,
en otras palabras, intento agradarle al otro para que me ame. Pienso ¿Cómo
tengo que ser para ser amado? Y no me pregunto ¿Qué elijo yo a la hora de amar?
¿No será que yo hice que ese otro se convirtiera en “algo que no puedo dejar?”
Y si es así, tendré que preguntarme por qué.
Pero en realidad no
cuestionarnos nuestra forma de amar tiene que ver con no hacernos cargo de lo
que elegimos, no enterarnos de que a veces nos involucramos en relaciones
nocivas, con personas nocivas. Hay gente que cree que las cosas le pasan porque
“se lo merece”, entonces no deja de elegir lo que cree que se merece.
Muy a menudo se
escucha “a mí todos me engañan”, “a mí todas mis parejas me golpearon” y ni por
asomo se logra ver que algo de eso tiene que ver con nuestra elección, que esto
no pasa por casualidad, que no es el destino el que me hace estar con ciertas
personas, sino que algo de eso tiene que ver conmigo. Y esto solo puede
cambiarse si uno se lo cuestiona, porque involucrarse es el primer paso para
dejar de elegir lo que nos hace mal.
Y es necesario
destacar que en este afán por no preguntarnos “cómo amamos”, o “a qué tipo de
personas amamos”, o mejor aún, “qué amamos en las personas a las que amamos”, descuidamos
el hecho de que el amor propio es fundamental para poder amar a otros. Si no me
amo a mi mismo, no puedo amar nada ni a nadie, al menos no sanamente.
La persona celosa,
por ejemplo, en cuya historia siempre hay tres (él, su pareja y el otro), está
pendiente del momento en el que va a perder al ser amado, porque resulta que su
rival lo supera en todo y seguramente se lo quitará. Ahí notamos cuánto hay que
trabajar en la autoestima, en esta cuestión del amor propio.
Nos angustia
pensarnos solos. Y no es culpa nuestra que esto pase, porque casi todo está
hecho para más de uno, porque en el fondo nadie está suficientemente preparado
para enfrentarse a su soledad.
Y esta angustia, que
se manifiesta de diferentes maneras, conlleva distintas denominaciones según la
época en la que uno se encuentre: hoy en día es muy común escuchar la expresión
“tengo ataques de pánico”.
Y como dijo Epicteto,
un filósofo griego, “No son las
cosas que nos pasan las que nos hacen sufrir, sino lo que nos decimos sobre estas cosas.” Creo
que tiene que ver con cómo enfrentamos lo que nos pasa. Aunque a todos nos pasara exactamente lo mismo, hay que
ver con qué herramientas cuenta cada uno para enfrentar la realidad.
Y aquí surgen las más importantes diferencias: teniendo en
cuenta la rapidez con la que avanza todo, queremos soluciones que respondan a lo
que nos pasa inmediatamente. Entonces consultamos al psiquiatra, nos receta
algo y salimos del paso, y ciertamente mejoramos mucho.
Pero hay que tener en cuenta que lidiar con lo que no anda
bien en nosotros es un proceso, si nunca lo hemos intentado llevará su tiempo,
lo importante es comenzar y saber que ningún sufrimiento es eterno. Y por
supuesto tener en cuenta que lo que la boca se calla, el cuerpo lo grita.
No existen soluciones mágicas, lo que cuenta no es posicionarse
rápido en cierto lugar ni pretender que las cosas pasen de un día para el otro,
sino empezar por salir del lugar en el que se está si creemos que no nos hace
bien.
Porque como dijo sabiamente Freud, y creo que esto tiene que
ver con buscar soluciones a largo plazo y no quedarse en lo inmediato: “cuando
el caminante canta en la oscuridad, desmiente su estado de angustia, mas no por
ello ve más claro.”
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